Todos tomamos decisiones todos los días, ya sean pequeñas decisiones cotidianas (¿qué me pongo hoy?) o grandes elecciones que pueden tener consecuencias en nuestra vida. Son éstas últimas las que generan incertidumbre en algún momento. A menudo nos preguntamos si la decisión que hemos tomado ha sido la correcta.
Sin embargo, ¿cómo podemos saberlo? ¿Es posible saberlo con certeza? La respuesta es que no, no podemos saber si hemos tomado la decisión correcta, aunque el resultado final haya sido bueno. ¿Por qué? Porque no hay manera de saber qué habría pasado de elegir la otra opción alternativa. No obstante, sí que existen una serie de factores que pueden hacer que la toma de decisión sea, no más fácil, pero sí no llevada por impulsos. ¿Qué factores?
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Tener claridad de objetivos
El primer paso para tomar una decisión correcta es tener claros tus objetivos. Sin una dirección clara, cualquier opción puede parecer adecuada o, peor aún, ninguna lo será. Es fundamental que te preguntes: ¿Qué quiero lograr con esta decisión?
Por ejemplo, si te enfrentas a la decisión de dejar tu trabajo actual, reflexiona sobre las razones detrás de ese pensamiento. ¿Es porque estás buscando un entorno laboral más saludable? ¿Te sientes estancado en tu puesto actual? ¿Necesitas un cambio que te acerque más a tus metas? Definir tus motivos y lo que esperas obtener con la decisión te puede dar un poco de luz.
Un ejercicio para aclarar tus objetivos es hacer una lista de tus prioridades a corto y largo plazo. Al tener una visión clara de lo que realmente te importa, será más fácil tomar decisiones que estén alineadas con tus metas.
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Escuchar a nuestra intuición
La intuición es esa sensación que nos dice lo que deberíamos hacer sin necesidad de un análisis racional detallado. Aunque a menudo tratamos de ignorarla o subestimarla en un mundo orientado por la lógica, la intuición a veces puede ser considerada en la toma de decisiones.
Sin embargo, es importante destacar que nuestra intuición se basa en nuestras experiencias pasadas y en la información que hemos ido acumulando a lo largo del tiempo, aunque no seamos consciente de ello. Por lo tanto, cuando sientas una intuición, no la descartes de inmediato. En su lugar, piensa la razón de porque esa corazonada te ha venido a la mente.
Además, no hay que confundir intuición con miedo o inseguridad. La intuición suele ser una llamada de atención que ofrece una dirección sin imponerla, mientras que el miedo tiende a generar ansiedad. Aprender a diferenciar entre ambos te permitirá tomar decisiones más equilibradas.
Cuando tengas que tomar una decisión, intenta encontrar un equilibrio entre lógica e intuición. No todo es blanco o negro, hay muchos grises. No hay que dejarse llevar solo por las emociones, pero hay que pensar que las personas no somos máquinas y que es normal que surjan emociones incluso en momentos racionales.
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Pedir consejo a familiares o amigos
Aunque la decisión final siempre es nuestra, pedir consejo a personas de confianza nos da otra perspectiva. A menudo estamos tan centrados en nuestras propias circunstancias que podemos perder de vista aspectos importantes que alguien desde fuera puede ver con mayor claridad.
Hablar con amigos o familiares te permite obtener una visión más objetiva. Además, pueden decirte cosas que tú no habías considerado. Esto no significa que debas seguir ciegamente lo que te dicen, pero escuchar opiniones diferentes te ayudará a ver todos los ángulos de una situación antes de decidir.
Es importante que elijas bien a las personas a las que pides consejo. Busca a alguien que sea honesto, no a alguien que simplemente reafirme lo que ya quieres escuchar. Además, es necesario que tengas confianza con esa persona.
Por ejemplo, si estás decidiendo si cambiar de trabajo, hablar con alguien que haya vivido una experiencia similar podría ser muy útil. Te pueden ofrecer información sobre cómo es la búsqueda de empleo, cómo es la rutina hasta encontrar un nuevo trabajo o cómo se organiza el día para no caer en la rutina y desidia.
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Ser flexible
A menudo creemos que una vez que tomamos una decisión, no hay vuelta atrás. Sin embargo, la realidad es que ser flexible es básico en el proceso de toma de decisiones. No existe una decisión perfecta, y la capacidad de adaptarse a los cambios es lo que determina ser capaz de estar contengo con la decisión tomada.
Una decisión que parecía correcta en un momento dado puede requerir ajustes con el tiempo. Por ejemplo, puede que decidas cambiar de trabajo, pero luego te des cuenta de que no es lo que esperabas. En lugar de castigarte por “haber tomado una mala decisión”, la flexibilidad te va a permitir explorar nuevas oportunidades y cambiar de dirección si es necesario.
Ser flexible no significa ser indeciso, sino estar abierto a ajustar el rumbo cuando las circunstancias cambian. La vida está llena de variables que no siempre podemos prever, por lo que tener una mentalidad adaptable es clave para afrontarla.
Una forma de aprender a ser flexible es recordar que cada decisión es una oportunidad de aprendizaje. Hay pocas cosas que sean irreversibles y aunque no lo sea, el aprendizaje que se saca puede hasta compensar.
¿Y si no sé si he tomado la decisión correcta?
A veces, después de haber tomado una decisión, la duda persiste. Nos preguntamos si realmente hemos elegido la mejor opción o si la otra alternativa era mejor. En estos casos, es importante confiar en ti mismo.
La clave está en recordar que ninguna decisión es infalible. Incluso las elecciones más meditadas pueden llevarnos a resultados que no esperábamos. Lo importante es haber actuado de acuerdo a tus objetivos, a tu intuición y habiendo considerado todas las opciones y variables.
Una señal de que una decisión es correcta es si sientes alivio después de tomarla. Saber que tomaste la decisión con una intención clara y basada en tus valores personales te va a ayudar a enfrentar cualquier desafío que venga después.
Por otro lado, si después de haber tomado una decisión sientes una incomodidad persistente o incluso arrepentimiento, entonces es posible que necesites reconsiderarla. Esto no significa que hayas fallado, sino que simplemente has aprendido algo nuevo que puede llevarte a tomar una mejor decisión en el futuro.