El peso oculto de los «tengo que» y «debería de»

En el lenguaje cotidiano hay expresiones que usamos sin pensar, pero que esconden una carga psicológica. Entre ellas destacan “tengo que…” y “debería de…”. A simple vista parecen frases inocentes, pero pueden reflejar mucho sobre cómo nos relacionamos con nosotros mismos, con nuestras emociones, con nuestras creencias y con el entorno. ¿Por qué nos decimos tantas veces al día lo que “tenemos” que hacer? ¿De dónde vienen esos “debería”? ¿Qué consecuencias tiene vivir bajo ese tipo de diálogo interno?

En esta entrada, voy a explicar qué hay detrás de estas expresiones y por qué es importante revisar su uso.

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  1. El lenguaje de la autoexigencia

Las frases “tengo que…” y “debería de…” indican una presión interna que a veces pasa desapercibida. Este tipo de lenguaje refleja una forma de relacionarnos con la vida desde la exigencia, más que desde la elección o el deseo.

Cuando decimos “tengo que ir al gimnasio”, “tengo que estudiar” o “debería ser más organizado”, muchas veces no estamos expresando una motivación interna, sino una autoimposición. El problema es que esta forma de hablar se convierte en una forma de pensar y, por tanto, en una forma de vivir.

Este diálogo interno basado en obligaciones se vuelve entonces agotador. Vivimos en una constante carrera hacia una meta difusa pero que parece imprescindible alcanzar para ser “suficientes”.

  1. Creencias aprendidas y mandatos internos

Las raíces de estas frases suelen estar en creencias que hemos aprendido desde la infancia. Frases como “hay que esforzarse siempre al máximo”, “debes ayudar a los demás antes que a ti mismo” o “no puedes fallar” se instalan en nuestro sistema de creencias y se mantienen activas durante la vida adulta.

Estas creencias son como órdenes invisibles que condicionan nuestras decisiones, incluso cuando ya no tienen sentido en nuestra etapa vital. Actúan como una brújula que nos indica lo que “deberíamos” hacer, aunque no se corresponda con nuestras necesidades reales.

Albert Ellis, psicólogo creador de la Terapia Racional Emotiva Conductual, llamó a este fenómeno musterbation: la tendencia a llenarnos de “musts” (debo, tengo que) que generan malestar emocional. Según Ellis, las personas se angustian más por sus exigencias internas que por lo que ocurre realmente.

  1. La desconexión con el deseo

El uso reiterado de estas expresiones también puede señalar una desconexión con lo que realmente queremos. Es muy diferente decir:

  • “Quiero ir a entrenar porque me hace sentir bien”
    que
  • “Tengo que entrenar porque si no, me siento culpable”.

En el primer caso, hay una motivación autónoma, basada en el bienestar. En el segundo, la acción se mueve por culpa.

Cuando funcionamos en piloto automático bajo los “tengo que”, podemos llegar a olvidar qué es lo que realmente nos motiva. Actuamos más por inercia que por decisión consciente.

  1. La culpa como motor de acción

Uno de los motores más frecuentes detrás de estas expresiones es la culpa. Sentimos que, si no cumplimos con aquello que “deberíamos hacer”, estamos fallando como personas.

Frases como:

  • “Debería visitar más a mis padres”
  • “Debería estar más en forma”
  • “Debería ser más productivo”

nos llevan al cambio desde la autocrítica. Y cuando actuamos por culpa, el resultado no suele ser duradero ni saludable. Lo que conseguimos no nos satisface, porque nace desde el miedo al reproche interno.

  1. Las emociones que genera: ansiedad, frustración, agotamiento

Vivir bajo la ordem del “deber” genera estrés, ansiedad y frustración. Es como estar constantemente en deuda con alguien: con nuestros ideales, con los demás, con las expectativas sociales o con una versión idealizada de quienes deberíamos ser.

Estas emociones aparecen porque la vara con la que nos medimos es inalcanzable. Siempre hay algo más que podríamos estar haciendo. Siempre hay una versión más perfecta que perseguir. Y en ese intento por cumplir con todo, nos vamos alejando de nuestro bienestar.

  1. ¿Qué ocurre cuando rompemos con los “tengo que”?

Cuando comenzamos a cuestionar estos mandatos y a sustituirlos por elecciones conscientes, algo cambia. No significa dejar de tener responsabilidades, sino elegir cómo nos relacionamos con ellas.

Pasar del “tengo que trabajar” al “elijo trabajar porque me permite ganar independencia” genera una sensación de autonomía, aunque la tarea sea la misma.

No se trata de eliminar todas las obligaciones, sino de recuperar el poder de decisión. Incluso cuando no podemos evitar hacer algo, sí podemos elegir desde qué lugar interno lo hacemos.

  1. Cómo empezar a cambiar el lenguaje interno

Cambiar nuestro lenguaje interno puede parecer un pequeño detalle, pero tiene impacto en cómo nos sentimos. Aquí van algunas propuestas para empezar:

a) Sustituye “tengo que” por “elijo”, “decido” o “prefiero”

Esto cambia la percepción de obligación por una de elección. Incluso cuando no lo sientas del todo así, probar este cambio puede ayudarte a conectar con tus verdaderas motivaciones.

Ejemplo:

  • “Tengo que estudiar” → “Elijo estudiar porque quiero aprobar el examen y avanzar”.
b) Detecta tus “deberías” automáticos

Haz una lista de frases que empiecen por “debería de…” y pregúntate:

  • ¿Quién dice que debería?
  • ¿Realmente lo creo yo?
  • ¿Qué pasaría si no lo hiciera?

Esto te ayuda a tomar conciencia de tus órdenes heredadas y empezar a elegir cuáles te sirven y cuáles ya no.

c) Practica la autocompasión

No eres peor persona por no cumplir con todo. No necesitas ganarte tu valor. La autocompasión te permite verte con menos exigencia, recordándote que puedes equivocarte.

d) Redescubre tu deseo

Hazte preguntas como:

  • ¿Qué quiero yo?
  • ¿Qué me hace bien?
  • ¿Qué elijo hacer hoy por mí?

Estas preguntas te reconectan con lo que quieres y te alejan de las decisiones tomadas por presión o por miedo

  1. Vivir con menos exigencia

Al revisar el lenguaje que usamos y las creencias que lo sustentan, podemos empezar a vivir de forma más libre. No se trata de eliminar por completo las responsabilidades, sino de distinguir entre lo que hacemos por deseo y lo que hacemos por elementos externos.

Vivir desde el “quiero” o el “elijo” no solo aligera la carga emocional, sino que también nos acerca más a nuestros valores y a nuestras necesidades reales.

¿Y tú? ¿Cuántos “tengo que” has dicho hoy? Tal vez sea buen momento para preguntarte si realmente quieres… o si solo sientes que debes.

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