Semana 5/16 de la preparación de la maratón de Berlín

Hay días en los que reviso mi plan de entrenamiento para la maratón y pienso cosas como “que locura estoy haciendo”, “esto no va a haber quien lo haga” y si estoy inspirada, incluso cosas como que no soy “una corredora de verdad”. Me digo a mí misma que lo que estoy haciendo no es para tanto, que cualquiera podría hacerlo, que he tenido suerte de no lesionarme, de tener tiempo para entrenar, de encontrar un grupo de personas que me apoyan. Suerte. No esfuerzo. Tampoco compromiso. Ni pensar en la constancia. Suerte.

Esto tiene un nombre: síndrome del impostor.

Como psicóloga, lo conozco bien. Lo he trabajado con pacientes, lo he leído en libros, lo estudié en la carrera. Pero aún así, persona, también lo siento. Y hoy quiero contarlo desde dentro.

Cuando la cabeza corre más que las piernas

A veces, después de un entrenamiento duro o una tirada larga en la que he rendido bien, aparece ese pensamiento automático que lo desinfla todo:
«No ha sido para tanto. 16km los aguanto a este ritmo, pero los 42 ni por asomo.»

Me cuesta apropiarme del logro. Me cuesta decir: «He mejorado», sin ponerle un “pero” al final. Como si al decirlo, estuviera mintiendo o exagerando. Como si alguien viniera a decirme: “Tú no eres tan buena corredora como crees”.

El síndrome del impostor te hace sentir que estás ocupando un lugar que no te pertenece. Que estás fingiendo ser algo que no eres y que, en cualquier momento, alguien lo va a descubrir.

 

El inicio del autoengaño

Lo paradójico es que este pensamiento no se basa en hechos. Si reviso mis entrenamientos, mi progresión, mis marcas; todo eso está ahí. Si pienso en el esfuerzo que hago para compaginar el trabajo con correr, también está ahí. Pero el síndrome del impostor no escucha argumentos lógicos: escucha inseguridades.

Y es ahí donde conecta con algo más profundo: la autoexigencia, el perfeccionismo, el miedo a no ser suficiente.

Me doy cuenta de que este pensamiento no solo me pasa corriendo. También lo he sentido como psicóloga. Cuando alguien me agradece una sesión, una parte de mí duda: “¿Realmente fue tan útil o me lo dice para que no me sienta mal?”

Corro, pero no lo hago tan perfecto

El síndrome del impostor tiene algo de chantajista. Te hace pensar que tienes que rendir constantemente para justificar que mereces estar donde estás. Que si hoy no haces un buen entrenamiento, entonces se confirma que no vales. Que si fallas una semana, ya no eres tan válida. Como si una identidad entera se desmoronara por un fallo puntual.

Conozco la teoría: somos mucho más que nuestros resultados. Pero el síndrome del impostor no opera desde la razón. Actúa desde las entrañas, desde esos mensajes internos que llevamos años escuchando, desde esa mirada crítica que nos acompaña incluso en días en los que estamos contentos con nuestro rendimiento.

El cuerpo no miente, pero la mente sí

Cuando corremos, nuestro cuerpo nos da señales claras. Estamos cansados, estamos fuertes, necesitamos parar, podemos apretar un poco más. Pero en mi caso mi mente a veces se adelanta con juicios:

  • «Si hoy vas más lenta es porque te saltaste un entrenamiento la semana pasada.»
  • «Mira a esa chica que te adelantó, seguro que entrena mejor que tú.»
  • «Estás ocupando un lugar que no te corresponde.»

Esa voz interna es la voz del impostor. Se disfraza de prudencia, de humildad, incluso de autoconciencia. Pero en el fondo es autoinvalidación. Es la dificultad de vernos con reconocimiento, con orgullo sano.

¿Y si no soy suficiente?

Esta es la gran pregunta de fondo. La que late en muchas personas que sienten el síndrome del impostor: ¿Y si no soy suficiente? ¿Y si soy una estafa bien maquillada?

En mi caso, aparece cuando noto que empiezo a compararme. Cuando me olvido de mi camino y miro demasiado el de los demás. Cuando juzgo mi proceso con los estándares ajenos. O cuando la exigencia me dice que si no hago algo perfecto, entonces no cuenta.

Pero no es cierto. Cuenta cada paso. Cada vez que salgo a entrenar aunque me dé pereza. Cada vez que escucho con atención a una paciente aunque esté cansada. Cada vez que reconozco que no tengo todas las respuestas, pero que estoy comprometida con buscar las mejores preguntas.

Lo que he aprendido (y sigo aprendiendo)

El síndrome del impostor no se elimina con un pensamiento positivo o con una frase bonita. Pero hay cosas que me están ayudando:

  1. Hablarlo en voz alta

    Contarlo a personas de confianza. Ponerle nombre. Desenmascararlo.

  2. Recordar mi camino

    Volver a leer mis entrenamientos. Ver los cambios en mi cuerpo. Recordar de dónde partí.

  3. No esperar sentirme segura para actuar

    A veces el orden es el contrario: actúo y luego la seguridad aparece.

  4. Aceptar que sentirme insegura no me invalida

    No tengo que sentirme invencible todo el tiempo. La duda también forma parte del camino.

  5. Celebrar mis logros

    Aunque me parezcan pequeños. Aunque tenga la tentación de minimizar.

Un impostor que corre no es impostor

El síndrome del impostor me ha enseñado que la seguridad no siempre es una emoción, a veces es una decisión. Decido confiar. Decido seguir. Decido darme al menos el beneficio de la duda.

Porque cuando nos calzamos las zapatillas, cuando entrenamos cuando podemos, cuando nos levantamos cuando caemos y cruzamos una meta no somos impostores. Somos personas comprometidas con nosotros mismas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

PHP Code Snippets Powered By : XYZScripts.com
Scroll al inicio