Prepararse para una maratón no es solo cuestión de piernas. Es una experiencia que te transforma, que te enseña cosas que llevas dentro y que, aunque parezca contradictorio, tiene más de mental que de físico. Esta entrada es el reflejo de lo que estoy viviendo, no desde el gimnasio o los caminos de tierra, sino desde la mente. Hoy quiero compartir algunas de las cosas que he aprendido en este proceso que va mucho más allá del deporte.
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El entrenamiento es más mental que físico
Sí, los kilómetros pesan. Sí, las piernas duelen. Pero si hay algo que he aprendido es que, cuando el cuerpo se cansa, es la mente la que sigue corriendo. Los pensamientos durante un rodaje largo pueden ser nuestros mejores aliados o nuestros peores enemigos. Aprender a gestionar el diálogo interno ha sido fundamental: cambiar un “no puedo más” por un “solo 2 kilómetros más” puede marcar la diferencia entre abandonar o terminar.
La mente tiende a buscar excusas cuando hay fatiga, y ahí es donde entra la psicología. Entrenar el cuerpo implica también entrenar la tolerancia a la frustración, la paciencia, el compromiso o la constancia. He aprendido a ser compasiva cuando un entrenamiento sale mal y a reforzarme cuando las cosas salen bien. La cabeza también se entrena, y lo hace kilómetro a kilómetro.
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La incomodidad es importante (y no es lo mismo que sufrimiento)
Vivimos en una cultura que busca el confort constante: temperatura perfecta, entretenimiento inmediato, recompensas rápidas. Pero correr una maratón no va de comodidad. De hecho, entrenar para una maratón es invitar a la incomodidad a quedarse durante muchas semanas.
He aprendido a tolerar correr con calor, con viento, con sueño o con agujetas. No como un castigo, sino como parte del proceso. Hay una diferencia importante entre estar incómoda y estar sufriendo. La incomodidad es educativa: te obliga a adaptarte, a ser más flexible, a salir de tu zona segura. El sufrimiento, en cambio, es algo que hay que escuchar y, a veces, parar. Aprender a distinguir entre ambas sensaciones es clave para evitar lesiones físicas y emocionales, como el burnout.
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Vas a tener más hambre y tienes que saber gestionarlo
Una de las sorpresas del entrenamiento ha sido el hambre. No el hambre emocional que a veces vemos en pacientes, sino un hambre real, física, de esa que aparece a media mañana aunque hayas desayunado mucho.
Tu cuerpo está trabajando más, tu metabolismo se acelera y tu demanda energética se dispara. ¿La respuesta lógica? Comer más. Sin embargo, vivimos en una sociedad que glorifica las dietas, que aplaude el déficit calórico y que asocia “rendimiento” con “control”. Nada más lejos de la realidad. Entrenar para una maratón no es momento de ponerse a dieta. Es momento de alimentar el cuerpo.
He tenido que revisar mis ideas sobre la comida, sobre el peso, sobre el “permitirme”. Comer más no es un fallo: es una necesidad. Tener hambre no es debilidad; al contrario, comer te hace más fuerte. Gestionarlo bien es otro trabajo en sí mismo.
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Tu cuerpo va a cambiar y toca aceptarlo
Este punto está muy ligado al anterior. A lo largo de estos meses, mi cuerpo ha cambiado: los músculos se han hecho más visibles, la grasa corporal ha oscilado y el volumen ha variado en algunas zonas. Y con esos cambios, también se pueden mover cosas por dentro.
Aceptar el cuerpo no siempre es fácil. Especialmente cuando las redes sociales están llenas de cuerpos “ideales”, muchas veces inalcanzables y poco funcionales. Pero mi cuerpo ahora corre durante horas, se recupera, resiste. Ha aprendido a tolerar impactos, ha mejorado su postura, ha ganado fuerza.
A veces, aceptar el cuerpo implica dejar de juzgarlo desde lo estético y empezar a valorarlo desde lo funcional. No es solo una cuestión física, sino psicológica.
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Vas a cambiar tu discurso sin darte cuenta
Al principio, decir “hoy tengo que correr 10 kilómetros” me parecía un mundo. Ahora digo cosas como “hoy solo me tocan 20”. Sí, solo 20. Es muy visible cómo cambia la percepción de las distancias, del esfuerzo, del tiempo.
Y con el cambio de percepción, también cambia el discurso. He pasado de hablar del running como algo que hacía “de vez en cuando” a integrar los entrenamientos en mi día a día con naturalidad. Y ese cambio de narrativa tiene un impacto en mi motivación. Lo que antes parecía imposible, ahora es una parte más de mi semana.
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Es mejor el entrenamiento que se hace que el perfecto que no se hace
Esta es, probablemente, la lección más importante de todas. He tenido semanas en las que no he podido cumplir con el plan ideal. Días de cansancio, de dolor de cabeza, de lío en el trabajo. Y he aprendido que, en esos casos, lo importante no es la perfección, sino la continuidad.
Correr 6 km en vez de los 10 previstos. Hacer las series a ritmo moderado en vez de rápido. Todo eso cuenta. Todo suma. No hay entrenamiento perdido si se hace con intención. Lo único que hay que saber que el entrenamiento que no se hace no se recupera. ¿Por qué? Si intentas recuperar el entrenamiento que no has hecho, te va a influir en el entrenamiento planificado para ese día. Empieza de 0 sin pensar en esos kilómetros que no has podido hacer. No pasa nada.
Como psicóloga, sé lo fácil que es caer en la trampa del “todo o nada”. Si no hago el plan perfecto, mejor no hago nada. Pero la realidad es que la constancia imperfecta es más útil que la excelencia intermitente. Esta idea, tan simple y tan difícil de aplicar, es el antídoto contra la autoexigencia.
Cierre: la maratón como metáfora de vida
Preparar una maratón es, en muchos sentidos, preparar la mente. Es enfrentarse al cansancio, a las dudas, a los días malos. Es celebrar los avances y aprender de los retrocesos. Es entrenar también la humildad, la paciencia y la capacidad de mantener el esfuerzo a largo plazo.
Si tú también estás en un proceso de entrenamiento —sea para una carrera, un objetivo profesional, o un cambio vital— espero que estas reflexiones te acompañen como una especie de acompañamiento emocional. Porque a veces, más que piernas, lo que necesitamos es una mente que nos diga: sigue, lo estás haciendo bien.