Semana 9/16 de la preparación de la maratón de Berlín

La disciplina es hacerlo después de que se ha ido el estado de ánimo. Una y otra vez.”

 

Esta frase, tan sencilla como real, resume algo que estoy viviendo en carne propia. Y no solo como corredora, sino también como psicóloga que analiza todo lo que ocurre a nivel mental durante el proceso. Porque entrenar para una maratón no es simplemente correr muchos kilómetros. Es enfrentarte contigo misma todos los días, cuando ya no queda motivación, cuando el cuerpo protesta y la mente empieza a poner excusas. Es entonces cuando aparece la verdadera disciplina. Ya las semanas empiezan a pesar y se nota.

La emoción del inicio

Empezar a entrenar para una maratón es, muchas veces, un acto impulsado por el entusiasmo. Nos ilusiona la meta, la idea de cruzar esa línea con la poca energía que nos queda. Imaginamos el día de la carrera, el ambiente, el logro personal. Estamos motivados, nos sentimos fuertes, organizamos calendarios, ajustamos horarios, compramos geles, zapatillas, vemos vídeos en bucle. Es un momento de euforia inicial que nos impulsa a dar los primeros pasos.

Pero ese estado de ánimo, como todos, no dura para siempre. Y ahí es donde se pone a prueba el compromiso real. En la semana 9 ya os digo yo que empieza a ser difícil verlo.

Cuando la motivación desaparece

Llega un punto, inevitable, en el que el entusiasmo se disuelve. Puede ser al final de una semana especialmente dura, después de un entrenamiento que no salió como esperabas, o una mañana cualquiera en la que el despertador suena y tu primer pensamiento es “no tengo ganas”. Puede que el cuerpo empiece a acumular fatiga, que ya no haya mejoras visibles, o que la rutina empiece a pesar.

En ese momento, ya no corres porque tienes ganas. Corres porque has decidido hacerlo y echarse para atrás cuando quedan 7 semanas queda feo. Porque has hecho un compromiso contigo misma. Porque sabes que las metas no se alcanzan solo cuando estás motivada, sino sobre todo cuando no lo estás y aun así sigues.

El cansancio acumulado: parte del proceso

Una de las realidades más desafiantes del entrenamiento prolongado es la aparición del cansancio crónico. No hablo del cansancio de un mal día de sueño, sino de esa sensación persistente en las piernas, esa pesadez al levantarte, esos músculos que ya no están frescos, que se sienten cargados incluso cuando estás en reposo.

Como psicóloga, observo cómo gestionamos ese cansancio: ¿lo interpretamos como una señal de debilidad o como parte natural del proceso? ¿Nos da permiso para abandonar o nos recuerda que estamos avanzando? No hay respuestas universales, pero sí hay una clave: escuchar el cuerpo sin dejar que la pereza tome el control.

Correr cansada es una de las expresiones más puras de disciplina. Es ahí donde el entrenamiento mental juega un papel tan importante como el físico. Aprendemos a tolerar la incomodidad, a distinguir entre fatiga y lesión, a mantenernos conectados con el propósito más allá de la incomodidad del momento.

El miedo a lesionarse

A medida que se acumulan los kilómetros, también aparece el miedo a lesionarse. Ya no es solo cansancio: empiezan los pequeños avisos del cuerpo, las molestias que no sabes si ignorar o atender, los tirones que te despiertan la duda de si podrás seguir.

Este miedo puede paralizar o ser una fuente de prudencia. En psicología hablamos mucho de cómo convivir con la incertidumbre, y este es un caso concreto. Nunca sabemos con certeza si ese dolor será algo pasajero o una señal seria. Y ahí aparece otra capa de disciplina: la de aprender a parar cuando toca, de ajustar los entrenamientos, de priorizar la salud sin dejarse llevar por el miedo ni por el impulso competitivo. Es mejor parar una semana y volver al 100% que no parar y llegar a la maratón con una lesión. Lesión que probablemente te impediría terminar la carrera.

La relación con el cuerpo se vuelve más íntima. Aprendemos a escucharlo, a confiar en él, a cuidarlo. La disciplina también es descansar cuando se necesita, no solo salir a correr sin ganas.

Los nervios antes del gran día

A medida que se acerca la fecha de la maratón, aparecen los nervios. ¿Estaré preparada? ¿Saldrá bien? ¿Y si me falla algo el día D? Esa parte de la preparación, la mental, es igual de exigente que la física. Porque no es fácil sostener una expectativa tan grande durante tantos meses sin que surjan dudas.

La ansiedad previa siempre es normal. No es un signo de debilidad, sino de que lo que estás por hacer te importa. En mi caso, como psicóloga y como corredora, estos nervios me recuerdan que estoy haciendo algo que implica incertidumbre, esfuerzo y exposición. Que me estoy saliendo de mi zona de confort.

Aceptar los nervios como parte del proceso, sin intentar evitarlos ni dejar que nos desborden, es un aprendizaje muy importante. Porque si esperamos a que todo esté bajo control, a que no haya miedo ni dudas, nunca daríamos grandes pasos. Cuando llevo 9 semanas, os aseguro que estoy en un punto en que la preparación mental me parece más complicada que la preparación física.

La repetición como forma de autoconocimiento

La frase con la que abría esta entrada menciona hacer las cosas una y otra vez, incluso sin ánimo. Y es que en la repetición hay algo revelador. Cuando entrenamos con constancia, el acto de correr ya no depende del estado de ánimo del día. Se convierte en una decisión. Nos conocemos mejor. Sabemos cómo respondemos ante el cansancio, ante el mal tiempo, ante el dolor. Desarrollamos tolerancia a la frustración, paciencia, perseverancia.

En el entrenamiento para una maratón, aprendemos a no dramatizar. Hay días malos, series fallidas, semanas en las que nada sale. Y seguimos. Porque una sola sesión no define el todo, y porque hemos aprendido que lo importante es seguir sumando. Paso a paso.

La motivación no se fue: se transformó

Quizá lo más importante que he aprendido en este proceso es que la motivación no desaparece del todo, sino que cambia de forma. Ya no es la emoción del principio, sino una motivación más madura, más silenciosa. Una que no depende del estado de ánimo, sino del compromiso.

Correr con disciplina, incluso cuando no apetece, es una forma de cumplir con una decisión. Es confiar en que el esfuerzo tiene sentido, aunque no veamos resultados inmediatos.

Entrenar para una maratón es una metáfora perfecta del trabajo psicológico. Nos enfrentamos al cansancio, al miedo, a la incertidumbre. Sostenemos una meta a largo plazo sin recompensas inmediatas. Aprendemos a tolerar el malestar, a convivir con la duda, a tomar decisiones responsables. Y cuando el ánimo desaparece, la disciplina toma el relevo.

Porque al final, no se trata de correr solo cuando apetece. Se trata de correr incluso cuando no apetece. Una y otra vez. Hasta cruzar esa línea de meta.

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